Creo que voy a morir
si dejo de ver
tu sonrisa
-eterna par ti,
para mí, efímera-;
tendré que volver a habitar
un cuarto hostil
en una casa
con las ventanas cerradas,
las puertas, tapiadas
sin volver a confiar en desaparecer
(perderme de vista)
los días en que vuelvas y te vayas
sin estancia intermedia
en esta estación de paso
desde la que no se remiten postales,
y donde no se tejen los chalecos salvavidas.
Y aunque tú no lo sepas, yo conocí tu nombre
pero se me está olvidando
(porque en realidad me suda la polla).
16 septiembre 2006
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