Cuando la espera agoniza
mientras el tiempo se esconde entre brazos extraños,
me despierto a las cuatro cuarenta
a echarte en falta,
a tocarte,
a que me trences placeres en el pecho,
a romper a golpes de sueños la pereza.
Cuando la sensación de soledad me muerde los talones,
mientras el color del cielo está teñido por pequeños cristales,
te bebo en vasos pequeños
y te amurallo el alma para que no te duela,
te llevo donde no suene otro olor que el de tu piel
en mi piel.
27 agosto 2008
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